COMENTARIO RIMA LXVI (“¿De dónde vengo?...”)


            Este poema pertenece a Gustavo Adolfo Bécquer, y se incluye en su obra “Rimas”, título que agrupa la brevísima obra poética del autor. Bécquer es quizá el máximo representante del Romanticismo español, si bien hay que incluir su obra en el Posromanticismo (2ª mitad del siglo XIX), caracterizado por una mayor sencillez en la expresión, tal y como puede apreciarse en este texto. Dentro de las “Rimas”, este poema pertenece a la última parte, que agrupa poemas de tema existencial.

            El tema del texto es la visión pesimista y desesperanzada de la vida. El poeta se pregunta por su pasado y se responde que el camino que ha recorrido hasta el momento presente está lleno de sufrimiento, y con el mismo pesimismo ve el camino que le queda por recorrer, marcado por la tristeza y la soledad.

            Estamos ante un texto lírico, en el que el autor expresa sus sentimientos en primera persona (vengo, mi cuna, voy, mi tumba), dirigiéndose no obstante a una segunda persona, el imaginario receptor que le ha planteado los interrogantes.

            El poema está formado por dos estrofas de ocho versos, en las que se mezclan versos endecasílabos (el 1º, el 3º y el 5º) y heptasílabos, con rima asonante en los versos pares. Este tipo de composición (serie indefinida de endecasílabos y heptasílabos con la rima del romance) se llama silva arromanzada, aun cuando Bécquer divide la silva en dos estrofas de estructura métrica idéntica. Este uso libre de la métrica es característico del Romanticismo, debido al deseo de los autores de no someterse a ninguna norma artística.

            En cuanto a la estructura interna, podemos señalar que el poema está organizado en dos partes bien delimitadas, que se corresponden con cada una de las estrofas. En la primera parte, el poeta se centra en el camino recorrido, lleno de amargura, y en la segunda parte el poeta ve el futuro con la misma desesperanza. Ambas partes se inician con una pregunta (¿De dónde vengo? y ¿Adónde voy?) y terminan con una palabra clave, cuna y tumba respectivamente.

            Dentro del plano fonético-fonológico, podemos destacar la aliteración de las vibrantes simple y múltiple (horrible, áspero, senderos, roca dura) en los primeros versos del poema, lo que da una sensación de aspereza, de falta de suavidad, de dolor quizá, muy en consonancia con el contenido del poema.

            Centrándonos en el plano morfosintáctico, diremos que predominan los sustantivos (senderos, huellas, pies, roca, alma…) y los adjetivos (horrible, áspero, ensangrentados, dura, agudas…) sobre los verbos, pues en el poema apenas hay acción y lo que el poeta hace es describir su pasado y su futuro. Algunos de estos adjetivos son epítetos (roca dura, zarzas agudas, eternas nieves, melancólicas brumas). Esta adjetivación abundante es un rasgo propio del Romanticismo, y en este caso se utiliza para definir el estado emocional del poeta, marcado por la soledad, el dolor y la falta de esperanza en el futuro. 

            Por lo que respecta a la sintaxis, es bastante sencilla, solo hay tres subordinadas, una de relativo (que conduce a mi cuna) y dos adverbiales de lugar (en donde esté…alguna; donde habite el olvido). La modalidad oracional va de la interrogativa del principio de cada estrofa a la enunciativa del final (te dirán el camino…; allí estará mi tumba), pasando por la exhortativa (busca, cruza), secuencia que recoge primero la pregunta que le han formulado al poeta (como parecen insinuar los puntos suspensivos del primer verso), luego la exhortación al receptor para que indague (busca, cruza) y,  por último, la información  sobre lo que se va a encontrar (es decir, la respuesta a la pregunta inicial de cada estrofa).

            Como recursos del plano morfosintáctico, destaca, además de los epítetos ya citados, el paralelismo en el comienzo de cada estrofa (los dos primeros versos), que por una parte opone ambas partes del poema (vengo / voy) y por otra subraya de forma perfecta la estructura del poema en dos partes.

            En cuanto al plano léxico-semántico, debemos señalar la presencia de sustantivos pertenecientes al campo semántico de la naturaleza: sendero, roca, zarzas, páramos, valle, nieves, brumas, piedra. No es la naturaleza idealizada del “locus amoenus”, sino una naturaleza fría y áspera, que simboliza el sufrimiento profundo del poeta, sugerido también por sustantivos como despojos o jirones. En la misma línea connotativa están los adjetivos: horrible, áspero, ensangrentados, dura, agudas, sombrío, triste… Es importante también señalar el valor estructurador de las antítesis: la primera (vengo / voy) relaciona el inicio de ambas partes, y la segunda (cuna / tumba) pone en relación el final, situándose además ambas palabras como ejes visuales del poema, al cerrar cada una de las dos estrofas. Finalmente, cabe citar la personificación del olvido –una entidad abstracta- en el penúltimo verso, olvido que será la única compañía que el poeta tenga a su muerte, lo que subraya el intenso sentimiento de soledad que embarga al poeta.

            Como conclusión, podemos decir que este poema de Bécquer es representativo de su etapa final (por el tono desesperanzado y pesimista), así como del movimiento romántico, pues en él el autor expresa su intimidad y lo hace además recurriendo a una naturaleza acorde con sus sentimientos y usando la métrica de forma libre, lo cual es característico del afán de libertad en el arte de los autores románticos. Por otra parte, la sencillez expresiva y el tono íntimo hacen de este poema una muestra clara de la poesía posromántica, que influirá notablemente en autores posteriores. Precisamente el penúltimo verso del poema (Donde habite el olvido) da nombre a un conocido poema (y a un libro) de Luis Cernuda, poeta del 27,  también sevillano, que reconoce abiertamente la influencia de Bécquer en su poesía.

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